LOS SALADEROS Y LA CONDENA A MUERTE DEL RIACHUELO

LOS SALADEROS Y LA CONDENA A MUERTE DEL RIACHUELO
Gerardo Scioscia
Con la instalación de los saladeros en torno del riachuelo de los Navíos, se dictaba la sentencia a muerte a ese curso de agua, cuya boca sirvió de puerto y refugio de los barcos que trajeron a Pedro de Mendoza en 1536, responsable de la creación del fuerte ¨Real Nuestra Señora de Santa María ¨y en 1580 a Juan de Garay, que llegó de Asunción para fundar la ciudad de la ¨Santísima Trinidad y puerto de Santa María de los Buenos Aires ¨.Recordemos en ese sentido que el primer ensayo de salazón de carnes fue realizado en 1810 en la Ensenada de Barragán por los señores Roberto Staples y Juan Mc Neile, los que contaron con el auxilio de Pedro Duval . La primitiva industria, tuvo la protección de los miembros de la Primera Junta que entendía que esa actividad significaba un progreso para el país, aunque su expansión fue lenta en el viejo Buenos Aires.

Al ese primer saladero instalado en la Ensenada de Barragán, siguió el de las Higueritas puesto a funcionar en 1815 en el partido de Quilmes por sus propietarios Luis Dorrego, Juan Manuel de Rosas y Nepomuceno Terrero, aunque este emprendimiento, por distintos cuestionamientos, entre ellos los efectuados por los mataderos que abastecían de carne a la población que los responsabilizaban del aumento de precio del ganado en pie. Fue así que apenas duro dos años. Al cesar su actividad en 1817 Juan Manuel de Rosas se traslada a San Miguel del Monte Gargano donde diversifico y multiplicó su actividad saladeril. De todos modos fue durante el gobierno de Martín Rodríguez que esta actividad tuvo un mayor crecimiento. Lo fue a partir de la creación de un área industrial en cercanías del Riachuelo. El decreto que disponía el traslado de las ¨barracas, saladeros, fábricas de jabón, curtiembres, a las inmediaciones del Riachuelo ¨ fue dado a conocer el 12 de mayo de 1822 y rubricado por el ministro Bernardino Rivadavia. Quienes se dedicaban a las referidas actividades notaron lo ventajoso que era ese traslado, ya que, en el curso de agua podían ser desechados todos los desperdicios de sus labores.
A partir de esa medida y también la reducción de aranceles para exportar, el número de saladeros sufrió un notable aumento por lo que en cercanías del referido curso de agua llegaron a funcionar una veintena de ellos utilizando al mismo como una gran cloaca a cielo abierto. Ente entre esas fábricas de carnes saladas figuran la de Daniel Mackinlay, Jonathan Downes, Pedro Trapani, Félix Castro, Braulio Costa, Domingo Lastra, Pedro Capdevilla, Felipe Piñeiro, Marcos Balcarce, Gabino Lima y José A. Capdevila desarrollando esa actividad entre los meses de marzo a octubre.
De acuerdo al desaparecido historiador de Avellaneda Federico Fernández Larrain, las instalaciones de estos establecimientos eran muy precarias y allí ¨no existían reglas higiénicas de ningún orden ni maquinarias ni aparatos para facilitar la labor. Generalmente todo el establecimiento se componía de un potrero en el cual estaban los corrales para depósito de la hacienda; los bretes donde se ejecutaba la matanza ejecutada esta sobre tierra, generalmente convertida en un fangal de sangre permanente (…) En esta primera época del saladero no existían desagües ni cercos que separaran las fábricas de las vías de transito junto a ella estaban los ranchos y, en cualquier esquina del vasto potrero la pulpería y la casa de juego.¨ A pesar de la precariedad de sus instalaciones, los saladeros fueron generadores de grandes fortunas para sus propietarios. Estos establecimientos cargaban sus productos en chalanas que los trasportaban aguas abajo hasta la rada de la capital, donde eran trasbordados a los veleros de ultramar para llevarlos a Brasil y la isla de Cuba, principal destino de esta carne usada para la alimentación de los esclavos que trabajan en la cosecha de la caña de azúcar. Como una muestra de la evolución de esta actividad digamos que en 1822 se exportaron 87.6663 quintales de tasajo mientras que en 1849 fueron 559.969 quintales.
Semejante matanza de animales y la falta de medidas higiénicas hacían que además de la sangre de las reses muertas, también el resto de los desperdicios fueran a parar a ese curso de agua. Al parecer, la cantidad de desperdicios arrojado no solo contaminaba las aguas, sino también impedía su navegación, según se desprende de una resolución tomada con propósito de poner fin a esos abusos durante el gobierno de don Juan Manuel de Rosas .Esa normativa que con fecha del 7 de enero de 1830 apareció publicada al día siguiente en la Gaceta Mercantil. Allí se puede leer ¨Instruido el gobierno de los abusos que se comete en los saladeros a las márgenes del riachuelo , de arrojar al canal los restos de los animales que se benefician en ellos; los que impregnando de sustancias insalubres las aguas, obstruyen considerablemente el canal , ha tenido a bien de prohibir se arrojen aquellos restos al lugar indicado; bajo la pena de quinientos pesos de multa la primera vez , aplicable a los fondos de policía; y la de alzar los saladeros por la segunda. ¨, la advertencia lleva la firma de Tomas Guido.
La lucha contra los poderosos saladeristas no era fácil. Ellos continuaron sus labores hasta mucho después del derrocamiento del gobernador Rosas, ocurrida el tres de febrero de 1852. Por muchos años más el Riachuelo continuo siendo contaminado y en 1867 al detectarse brotes de cólera, se alzan voces en contra de esa actividad. Sin embargo al orden de cesar esa actividad en cercanías del Riachuelo llegó en 1871 cuando en los barrio del Sud de la ciudad comenzó a desarrollar se la fiebre amarilla. Ese ese año, el Consejo de Higiene Pública reclama que cesen las faenas de los saladeros, por responsabilizar a esa actividad y la contaminación del Riachuelo como responsable de la epidemia de fiebre amarilla, pero esa es otra historia

BIBLIOGRAFIA
Todo es Historia N* 232
La Gaceta Mercantil N* 1799 viernes 8 de enero 1830
El Puente Alsina, su Origen y su Historia . Ingeniero Arturo Ochoa.
Historia del Partido de Avellaneda Reseña y Análisis 1580-1980. Federico f. Larrain.

sciosciagerardo@gmail.com

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